Estás en tu casa,
suena el timbre y, de pronto, tu
perro se transforma. Ladra, se pone nervioso, da vueltas, no le quita la vista al visitante. Lo
más curioso es que no siempre reacciona así: a veces salta de alegría, mueve la cola y hasta se deja acariciar sin
problema. ¿Qué tiene esa persona, en particular, que hace que tu perro no
pueda estarse quieto? ¿Y cómo es posible que, sin conocerla, se muestre tan
desconfiado o incluso agresivo?
La explicación está en su naturaleza. Los perros, además de tener un olfato extremadamente desarrollado, son
expertos en captar señales sutiles en el comportamiento humano: posturas,
movimientos, tensiones musculares, tono de voz, ritmo de la respiración,
incluso la energía emocional con la que una persona entra en una habitación.
Elementos que para nosotros pasan desapercibidos, pero que para ellos son tan claros como una alarma encendida.
Según la etología
(la disciplina que estudia el comportamiento animal), los perros no reaccionan
únicamente al aspecto físico o al olor de una persona, sino a un conjunto de
estímulos que interpretan de forma automática. Si algo en ese conjunto les
resulta extraño, amenazante o simplemente incómodo, su respuesta será
defensiva: ladridos, movimientos inquietos, o incluso esconderse. En otras
palabras, no se trata de que el perro
“no soporte” a alguien en concreto, sino de que está interpretando una señal de
alerta.
Comprender por qué tu perro reacciona de forma tan distinta con unas
personas y no con otras no solo te ayudará a mejorar la convivencia. También te
recordará que él vive en un mundo mucho más sensorial que el nuestro, donde los
gestos y las emociones pesan más que las palabras. En realidad, no está siendo
maleducado: simplemente está interpretando, con precisión milimétrica, lo que
los demás están proyectando.