Las horas pasadas en las rutas, ya sea por placer o por necesidad,
conllevan una serie de consecuencias fisiológicas que afectan tanto a
conductores como a pasajeros.
Es por ello que analizar los efectos de los trayectos
prolongados permiten comprender mejor qué áreas del cuerpo resultan más
vulnerables y qué estrategias pueden implementarse para mitigar molestias y
riesgos.
La fatiga es uno de los efectos más notorios y peligrosos de
los viajes largos en auto, especialmente para quien va al volante.
Si bien parte de la fatiga se atribuye al esfuerzo mental y
a la atención sostenida, existen causas adicionales, como las vibraciones
constantes de los asientos y el efecto del denominado “ruido blanco”, generado
por el motor, las ruedas y el entorno vial.
Una de las recomendaciones básicas es ventilar el vehículo
para incrementar la oxigenación y, fundamentalmente, realizar descansos
periódicos, permitiendo al conductor recuperar el estado de alerta.
Asimismo, dormir lo suficiente la noche anterior resulta
crucial: quienes descansan menos de cinco horas antes de conducir muestran
probabilidades de accidente comparables a las de superar el límite legal de
alcohol.
Para prevenir el mareo por movimiento, existen varias
recomendaciones prácticas que pueden ayudar a reducir los síntomas. Además,
existen métodos alternativos y tratamientos disponibles que pueden aliviar los
síntomas, según describe la American Academy of Family Physicians, una
organización profesional que agrupa a médicos de familia en Estados Unidos.
Incorporar tentempiés saludables, como frutos secos y frutas ricas en fibra, es preferible a consumir productos procesados. Levantarse regularmente durante las paradas y realizar estiramientos o caminatas breves puede activar la digestión y mejorar el tránsito intestinal.