Tengo dos perras:
Dalma y Gianinna. Ellas son hermanas de una misma camada y, físicamente,
son muy parecidas. Frecuentemente, las
personas me hacen dos preguntas contrapuestas. La primera es cómo hago para diferenciarlas: ésta es
la más fácil. Los custodios utilizamos las evidencias que tenemos a nuestro
alcance para definir a nuestros animales como poseedores de mentes, vidas
emocionales, personalidades únicas y gustos fácilmente identificables. La
segunda —más complicada— es si las quiero del mismo modo o si tengo una
preferida.
Este es un tema común
entre custodios, que muchas veces genera silencios, desconcierto o culpa.
Sucede que, si bien las personas queremos a todos nuestros animales, no los
queremos del mismo modo. Y hay una explicación sencilla para eso: ellos no son
iguales. De modo que el amor no es el
mismo. ¡Y eso está bien!
En la convivencia íntima con nuestros animales llegamos a
reconocernos como individuos únicos e irrepetibles. En base a esto, hemos
forjado un vínculo de manera singular con cada uno. Estos vínculos incluyen
quiénes son estos individuos y qué clase de humano necesitan que uno sea. Por
ejemplo, mientras que algunos
permanentemente buscan proximidad física y brindan demostraciones afectivas,
otros están siempre dispuestos a jugar y buscar aventuras.
Así, tal cual, me sucede con mis perras: Gianinna me demanda
que yo sea un humano tranquilo y cariñoso, y Dalma, un humano activo y
deportista. De modo que es lógico tener mayor afinidad por alguna ante ciertas
circunstancias. Así, es más común que yo duerma la siesta con Gianinna y que
Dalma me acompañe a hacer las compras por el barrio.
Hasta ahí, tenemos un vínculo individualizado con cada una.
Los problemas pueden surgir si esta predilección no resulta dinámica, no se
alterna o si se vuelve descuidada. Cuando la preferencia se rigidiza se produce
un desbalance que resulta inadecuado. Cada animal debe tener su momento para
ser el predilecto y todos los vínculos deben ser especiales y destacados en
algún punto.
Estos mismos cuestionamientos surgen con frecuencia en el
vínculo de los padres con sus distintos hijos. Claro que acá el tema de las
preferencias se vuelve un tabú, de modo que la pregunta al respecto resulta
inaceptable. Sin embargo, el fenómeno sucede. Cuando esto se nos presenta en
psicoterapia, la orientación a padres incluye:
Aceptarlo y dejar los
auto-cuestionamientos de lado. Las preferencias son el resultado lógico de
las diferencias individuales y vinculares.
Enfocarse en las cualidades positivas de cada uno. Todos tienen
aspectos destacables. De modo que nuestro foco tiene que estar siempre en lo
que cada uno tiene, y no en lo que carece.
Evitar las comparaciones unidimensionales entre ellos. Es decir,
compararlos en función de un único atributo. Debemos eludir la tendencia a
cuantificar las habilidades y evaluar cuál es más o mejor que el otro en esa
habilidad. Para esto, podemos orientarnos a las comparaciones entre
dimensiones. O sea, mientras que uno se destaca en una habilidad el otro se
destaca en otra.
No idealizar a ninguno; más bien, aceptar a cada uno con sus
particularidades. Ninguno es perfecto ni lo será.
Una vez más, principios que aplican al vínculo padre-hijo
también aplican al vínculo con nuestros animales de compañía; el cual tiende a
configurarse como un vínculo parental.
Así, cuando me preguntan si tengo una preferida yo suelo contestar:
"¡Depende para qué!". Aquí no se trata de querer más o querer menos,
sino de querer diferente. Porque cada vínculo se construye en su singularidad.