
Por Valentín Fontana – Psicólogo – MP. 2471
La música atraviesa nuestra historia personal: nos acompaña,
nos regula, nos conecta y revive recuerdos que creíamos olvidados.
Está presente en nuestras vidas mucho antes de que podamos
entenderla. Aparece en jingles, canciones de cuna, cumpleaños, viajes, primeros
amores, pérdidas y comienzos. Cada persona construye una historia afectiva
hecha de melodías que se asocian a momentos significativos. No es casual: la música modifica cómo nos sentimos, cómo
pensamos y hasta cómo responde nuestro cuerpo.
Todos desarrollamos un “soundtrack
interno”, formado por canciones que acompañaron distintas etapas. Algunas
evocan felicidad y se vuelven un refugio; otras nos conectan con emociones
guardadas o con personas y momentos que marcaron nuestra vida. Escuchar una
melodía puede convertirse en una verdadera máquina del tiempo emocional.
Las neurociencias explican este fenómeno: la música activa regiones vinculadas con
la memoria, la emoción y la recompensa, como el hipocampo, la amígdala y el
núcleo accumbens, facilitando la consolidación y recuperación de recuerdos
autobiográficos. Por eso, ciertas canciones nos transportan con tanta precisión
a experiencias pasadas.
Como cantaba Gustavo Cerati en Adiós, “ponés canciones tristes para sentirte mejor”. Esa frase sintetiza
la capacidad de la música para ecualizar
nuestras emociones. Una canción lenta puede calmar un día difícil, y una
melodía enérgica puede impulsarnos a la acción. La música permite que nuestras
emociones circulen sin necesidad de convertirse inmediatamente en palabras.
También reactiva
recuerdos. Hay canciones que vuelven después de años como si hubieran sido
guardadas para el momento indicado. Con ellas regresan lugares, personas,
épocas y sensaciones que creíamos olvidadas. La música conserva partes de
nuestra historia personal.
Además, influye en
nuestra energía y rendimiento. Muchos estudian con su playlist favorita;
otros entrenan siguiendo un ritmo que los motiva, y hay quienes necesitan una
canción para empezar el día. La música no solo ambienta: organiza nuestro estado interno y los recursos con los que
enfrentamos la jornada.
Pero quizá su efecto más poderoso sea el de conectar.
Escuchar una canción a solas es distinto de cantarla entre muchos. Recitales,
hinchadas, fiestas y playlists compartidas generan identidad y comunidad. Recomendar una canción es un acto de amor: compartir algo propio y esperar que el otro
pueda sentirlo.
La música no es solo entretenimiento. Es compañía,
regulación emocional, memoria viva y parte de nuestra identidad. Nos permite
volver al pasado, disfrutar el presente y proyectarnos hacia el futuro. Nos une y nos hace más humanos.
En ese mismo espíritu de conexión, te dejo una recomendación
personal: Kingfishr, una banda
irlandesa que combina folk moderno con una sensibilidad cálida y atmosférica.
Sus canciones tienen una profundidad emocional
particular, de esas que acompañan sin invadir, ideales para escucharlas
cuando uno quiere detenerse un momento y mirarse hacia adentro.
Y siguiendo esa invitación, te animo a compartir esa canción que te
marcó, a ir a ese recital pendiente, a escuchar mil veces tu disco favorito y a
dejar que nuevos ritmos y nuevas letras te sorprendan.