Por Juan Pablo Fernández Funes (juampi_ff)
Ayer se corrió la 41ª edición de la Maratón Internacional de Buenos Aires, que año tras año no deja de crecer. Cada septiembre, la Ciudad se transforma en un gigantesco escenario deportivo. Las calles se llenan de miles de corredores que llegan desde todo el país y también desde el exterior. Más allá de la épica personal de completar 42 kilómetros, lo que se pone en movimiento ese día es una maquinaria económica, turística y social de gran envergadura.
Párrafo aparte merece el esfuerzo de miles de atletas, la gran mayoría amateur, que preparan esta carrera durante meses. A veces pienso que es una moda para los que pasamos cierta edad (no es mi caso), pero veo que cada vez son más los que se suman y, más que una moda, es un fenómeno que vino para quedarse: una nueva vuelta a la vida saludable y al disfrute del espacio público.
Los números hablan por sí solos: más de 15.000 corredores participaron en la distancia principal este año, de los cuales 4.700 provinieron del exterior. A ellos se suman miles de familiares y equipos de apoyo. Hoteles con ocupación completa, restaurantes con turnos colmados y una fuerte demanda en taxis y aplicaciones de movilidad dan cuenta del impacto. Se estima que cada visitante extranjero gasta en promedio entre 800 y 1.000 dólares durante su estadía, lo que multiplica el efecto directo sobre la economía local. El “turismo deportivo” se consolida como un segmento en crecimiento y Buenos Aires se posiciona en el calendario mundial de maratones junto a ciudades como Berlín, Londres o Nueva York. No es solo deporte: es también promoción internacional de la ciudad y generación de divisas.
Detrás de las zapatillas y las calles cortadas, existe toda una industria del deporte que se beneficia y se potencia. Organizadores, sponsors, marcas de indumentaria y calzado, nutricionistas, fisioterapeutas, entrenadores, apps y dispositivos tecnológicos: un entramado que combina economía del conocimiento, innovación y salud. El running es, de hecho, uno de los deportes amateurs que más tracciona inversión privada. Desde las grandes marcas que lanzan modelos específicos hasta las startups que desarrollan plataformas de entrenamiento, todos encuentran en la maratón una vidriera única.
El amateurismo, además, no es un detalle menor. En tiempos donde muchas veces se habla de “industria del espectáculo” vinculada al deporte profesional, la maratón nos recuerda que el motor social también se enciende abajo, en la base, en esos miles de ciudadanos que corren por superarse a sí mismos. La práctica deportiva masiva fortalece valores de disciplina, esfuerzo, comunidad y pertenencia. Y también funciona como política de salud preventiva: menos sedentarismo, menos enfermedades cardiovasculares, menos costos para el sistema sanitario. El beneficio es doble: económico y social.
Buenos Aires, con su maratón, muestra también una capacidad de organización y logística que puede y debe replicarse en otras áreas. Coordinar cortes de tránsito, asistencia médica, voluntariado, sponsors y seguridad para decenas de miles de personas no es tarea sencilla. Sin embargo, año tras año el evento crece, gana prestigio y deja aprendizajes que pueden trasladarse a la organización de ferias, festivales y congresos internacionales.
La Maratón de Buenos Aires es, en definitiva, una excusa para abrir un debate más amplio: el deporte como sector productivo. Argentina tiene todo para potenciar esta industria en sus múltiples dimensiones: desde la organización de eventos de clase mundial hasta el desarrollo de tecnología aplicada al rendimiento, pasando por la promoción del turismo deportivo y la articulación con el sistema de salud. El deporte puede ser un vector de desarrollo tan estratégico como la energía, la agroindustria o la minería, solo que a veces no lo miramos con la misma seriedad.
Al igual que en los 42 kilómetros, no se trata de un sprint, sino de resistencia, planificación y constancia. Si logramos mirar al deporte —y especialmente al amateurismo— como lo que realmente es, un sector con capacidad de generar trabajo, innovación y bienestar, podremos transformar una carrera de un día en una política de desarrollo a largo plazo. La maratón nos recuerda que, cuando se suman esfuerzo individual y organización colectiva, no hay meta que quede demasiado lejos.