
Por Juan Pablo Fernández Funes (@juampi_ff)
Hace apenas una semana, los argentinos volvieron a expresarse en las urnas y el resultado fue una señal clara de mandato: la fuerza del Gobierno logró una victoria destacada en las elecciones legislativas, sumando más de un 40 % de los votos, con lo cual obtiene un respaldo más amplio del que muchos preveían. Este triunfo no es simplemente simbólico: abre espacio político para iniciativas que pueden cambiar el rumbo de la economía y del país
En la Argentina, los ciclos se repiten con una precisión que asombra. Crisis, expectativa, promesa de cambio, desilusión, y vuelta a empezar. Cada nueva etapa llega envuelta en discursos de transformación, pero pocas veces logra consolidar lo más valioso que necesita cualquier proyecto de desarrollo: la confianza.
La confianza es un bien escaso, pero también el más estratégico. Es lo que sostiene las decisiones de inversión, el crédito, la cooperación entre sectores, la apuesta por el largo plazo. Sin confianza, no hay planificación posible. Y sin planificación, no hay desarrollo sostenible.
Con la victoria del partido de gobierno; el presidente tomó la iniciativa y convocó a los gobernadores, reuniéndose con 20 de 24 y todo su gabinete. Más allá de las fotos, lo que estaba en juego era algo más profundo: la posibilidad de recomponer un pacto de confianza entre Nación y provincias, entre el Estado central y los territorios donde la economía real sucede todos los días.
Ese diálogo federal no es un gesto simbólico, sino una necesidad estructural. Porque el desarrollo argentino no se construye desde Buenos Aires hacia el interior, sino al revés: desde las provincias hacia el país. Cada cadena de valor —sea la energía en Neuquén, la minería en San Juan, la pesca en Chubut o la agroindustria en Córdoba— depende de reglas claras, impuestos previsibles y marcos laborales que acompañen la inversión.
Por eso, las reformas que vienen —laboral, tributaria y previsional— deben entenderse también como una apuesta por la previsibilidad. No son solo debates técnicos: son la señal más concreta que puede dar un país para mostrar que aprendió de sus errores y que está dispuesto a ofrecer un horizonte estable.
Una reforma laboral moderna puede darle aire a las pymes y formalidad a los trabajadores. Una reforma tributaria previsible puede aliviar a quienes producen y exportan, y una previsional sustentable puede garantizar un sistema que no colapse cada década. Todas, en el fondo, son piezas de un mismo rompecabezas: la reconstrucción de la confianza.
Porque la confianza no se decreta: se produce. Se produce con políticas estables, con transparencia, con diálogo y con coherencia. Se produce cuando los acuerdos no cambian con cada gobierno, y cuando la palabra empeñada vale más que la especulación de corto plazo.
En definitiva, producir confianza es la primera gran política de desarrollo. Es el punto de partida para que la energía argentina —su talento, sus recursos, sus industrias— se transforme en progreso y bienestar. El país no necesita volver a empezar: necesita empezar a cumplir. Porque después de cada tormenta, lo que florece no depende del clima, sino de lo que supimos sembrar antes.