Por Juan Pablo Fernández Funes (juampi_ff)
Cuando se habla de la industria automotriz argentina, muchas veces la discusión queda reducida a números de producción, exportaciones a Brasil o déficit comercial. Sin embargo, detrás de cada vehículo fabricado en el país se esconde un entramado mucho más profundo: una cadena de valor que involucra a cientos de pymes, miles de trabajadores y un conjunto de saberes acumulados durante décadas.
Las terminales automotrices no son islas. Funcionan como grandes integradoras de proveedores y en muchos casos se convierten en verdaderas “escuelas de calidad” para sus socios. Toyota, Volkswagen, Ford, Renault, Stellantis y otras empresas no sólo ensamblan vehículos: invierten en capacitar, auditar y acompañar a quienes producen cada pieza, desde un tornillo hasta un tablero electrónico.
Algunos años atrás, tuve la suerte de visitar un eslabón de esa cadena de valor: Industrias Maro, una pyme bonaerense en la ciudad de Baradero que fabrica autopartes para Toyota. Allí la exigencia es máxima, pero también lo es la asistencia técnica. La terminal no deja a sus proveedores librados a su suerte: audita procesos, comparte metodologías de mejora continua y premia los avances. Esa lógica se repite en muchas otras firmas del sector, donde el crecimiento de una pyme depende directamente de esa relación virtuosa.
Este esquema genera un círculo productivo virtuoso: la terminal asegura calidad y competitividad en sus autos; la pyme mejora procesos, innova y se internacionaliza; y el país gana en tejido industrial y empleo formal. No es casualidad que muchas de las mejores prácticas de gestión productiva en Argentina provengan justamente de esta industria.
Según la Asociación de Fábricas de Automotores (ADEFA), el sector genera de manera directa más de 75.000 empleos, y si se suman los puestos indirectos de autopartistas, logística y servicios asociados, la cifra supera los 500.000. Además, las terminales automotrices explican alrededor del 7% del PBI industrial y concentran el 35% de las exportaciones manufactureras.
Este 2025, además, viene mostrando un repunte significativo en las ventas. En el primer semestre los patentamientos de 0 km crecieron más de 70% interanual y se proyecta que el mercado podría cerrar el año entre 600.000 y 700.000 unidades, cifras que no se veían desde hace más de una década. Al mismo tiempo, el mercado de usados marcó récords históricos, con más de un millón de transferencias en los primeros siete meses del año. Un dinamismo que refleja tanto la demanda contenida como el empuje del financiamiento y la renovación de modelos que están lanzando las terminales.
El desafío hoy es doble. Por un lado, sostener este entramado en un contexto donde el mercado interno se recupera pero sigue siendo vulnerable a la inflación, el costo de insumos importados y las tensiones cambiarias. Por otro, prepararse para la transición hacia la electromovilidad. El auto eléctrico, el híbrido y el bus a hidrógeno demandan nuevas piezas, nuevos proveedores y nuevos saberes. Ahí aparece la gran pregunta: ¿podrá la Argentina aprovechar su experiencia acumulada para sumarse a la nueva ola tecnológica?
Tenemos ventajas: un sector automotor con historia, provincias con tradición industrial (Córdoba, Santa Fe, Buenos Aires), y recursos estratégicos como el litio y el cobre, que son insumos claves para la movilidad eléctrica. Pero también riesgos: quedarnos atrapados en la lógica del auto tradicional mientras el mundo avanza hacia otro modelo.
La respuesta dependerá de la capacidad de articular políticas públicas, inversiones privadas y formación de talento. Si las terminales continúan empujando hacia arriba a toda la cadena, si las pymes logran adaptarse a las nuevas exigencias, y si el Estado acompaña con una visión de largo plazo, Argentina puede volver a tener en el auto no solo una industria madre, sino una plataforma para el futuro.