Este miércoles 27 de agosto se están cumpliendo 25 años de un doble crimen que conmocionó a Bahía y la región: el de Victoria Chiaradía y Horacio Iglesia Braun, dos jóvenes de apenas 19 años. El caso alcanzó repercusión nacional y recién una década después tuvo una condena firme.
El hecho ocurrió en la madrugada del 27 de agosto de 2000, cuando los chicos desaparecieron luego de salir en el Chevrolet Corsa del padre de Horacio, el comisario Héctor Iglesia, con destino al cine del Shopping. Nunca llegaron.
Recién a las 5:26 de la mañana hubo una señal de ellos. Victoria llamó desde un teléfono público de la localidad de Tornquist y le dijo a su madre que habían tenido un problema con el auto y que le avise a la mamá de Horacio. “No te preocupes”, insistió. En ese momento no llamó la atención, pero después se supo que esos dichos eran bajo amenaza de sus secuestradores.
A la pista del llamado, se sumó otra que terminó siendo clave para descifrar lo que ocurrió. Quien aportó el dato fue un playero de una estación de servicio EG3 ubicada en una de las salidas de la ciudad. Dijo que cerca de las 4 de la mañana, un hombre cargó gasoil en el auto de la pareja. Y aportó algo más: dentro del vehículo iban tres hombres y uno de ellos era Horacio. Sin embargo, y pese a que el playero hizo un identikit de la persona que manejaba, nada dijo de María Victoria, que para ese entonces viajaba encerrada en el baúl. Allí, días después, se encontraron pelos suyos y vellos púbicos de dos desconocidos.
LA BÚSQUEDA
El domingo muy temprano Iglesia radicó una
denuncia en la Comisaría Segunda por averiguación de paradero y así comenzó
la búsqueda desesperada de familiares y amigos de la joven pareja. Pasaron 48 horas hasta que los
investigadores hallaron el Corsa, abandonado sobre un camino de tierra situado
a
No obstante, el paradero de la pareja siguió siendo un misterio. Recién nueve días después, los cuerpos de los chicos aparecieron en el paraje San Eloy, en el partido de Coronel Suárez. Estaban tirados espalda contra espalda, semienterrados y con dos disparos calibre 22 en la nuca cada uno.
Inmediatamente la comunidad bahiense reaccionó y se movilizó para pedir justicia. La marcha, sumado a la conmoción que trascendió a la ciudad y otros testigos que aportaron datos, hizo que el 8 de noviembre fueran detenidos Martín Goyeneche, dueño de un taller de chapa y pintura de Coronel Suárez; Juan Antonio Corona, vendedor de autopartes de 9 de Julio; y Rubén Martín, un vendedor de autos con epicentro en la populosa La Matanza.
Desde
un inicio, la principal hipótesis fue el
robo del vehículo como móvil del asesinato. Las investigaciones señalaron
al mundo del desarmadero, donde existía un interés particular por ese modelo de
auto. También hubieron versiones
vinculadas a un posible ajuste de cuentas contra el padre de Horacio, pero esa
teoría fue desestimada.
EL JUICIO Y LAS CONDENAS
Según
la investigación de la fiscalía, la
suerte de los jóvenes habría quedado sellada durante un acuerdo entre Goyeneche
y Corona para obtener un Corsa. Todos los apuntados se movían en torno al
negocio ilícito del robo de automóviles. Sin embargo, siempre sobrevoló la hipótesis de cierta relación armónica de la banda
con agentes de la policía, que liberaba zonas.
Lo cierto es que en 2003 la Justicia
condenó a 10 años de cárcel a Goyeneche, Corona y Martín por la instigación al
robo con armas del auto. Los tres fueron excarcelados bajo libertad
condicional dos años más tarde.
Tras
las condenas, el fiscal Eduardo d'Empaire se abocó a la búsqueda de los autores
materiales del doble crimen. Así es como
cayeron detenidos Gustavo “El Chino” Aguilar, Héctor “El Petiso” Fernández y
Gustavo Javier “El Lagarto” Ravainera. Este último, que ya tenía una
condena por estafas por adquirir vehículos con cheques sin fondos, fue detenido en septiembre de 2007 y un mes
más tarde se decretó su prisión preventiva.
El Tribunal que los juzgó a fines de 2009
condenó a reclusión perpetua a Ravainera, pero no encontró pruebas concretas
contra los otros dos acusados. Fueron absueltos por aplicación del
beneficio de la duda. Pero las familias de las víctimas siempre se preguntarán quién (o
quiénes) acompañaba a “El Lagarto” en el auto aquella madrugada. Dos
compañeros de andanzas habían sido asesinados en hechos muy dudosos y eso
quedará en “el debe” de la causa, como
también las sospechas de connivencia de policías con la banda que robaba autos.
En 2018 y tras cinco pedidos de prisión domiciliaria rechazados, un juez autorizó a Ravainera, con un cáncer terminal de pulmón, a vivir con su hermana en Villa Iris. La juntada de firmas de los vecinos para que lo echen de ese pequeño pueblo del partido de Puan no surtió efecto. En mayo de 2019 finalmente murió y se llevó a la tumba los secretos del caso. Una tumba distinta a la de los inocentes jóvenes asesinados. Una tumba que, por ejemplo, los padres de Vicky visitaron casi todos los días durante 25 años.
Imágenes: Canal Nueve, Telenoche, TN y Clarín