Por Nicolás Fernández (@nicofernandezrelator)
Qué difícil es referirse a la vida y obra de
César Luis Menotti sin entrar en los gustos futbolísticos. Sus formas siempre estuvieron tan
bien definidas, tan distanciadas de otros estilos, que indefectiblemente sus
convicciones te llevan a ser parte de su movimiento “conceptualista” o
directamente a ser un anti. Quizás
los de 30 y pico crecimos con ese
fútbol. Con un fútbol envuelto en miles de dilemas. “O sos menottista o sos bilardista”, “La Selección del '78 o la del '86”. Como cualquier otra discusión en este
país, sin importar la temática, siempre hubo que elegir. Sin grises. Pero si uno se aleja un poco de la zona de conflicto,
siendo de un bando o del otro -o de ninguno- debe reconocer (y valorar) la
calidad de entrenadores que hemos tenido a lo largo de nuestra historia. Y el “Flaco”, sin dudas, es uno de los indispensables del fútbol
argentino. Un revolucionario. Un tipo que dejó una huella imborrable. Y, desde
el domingo, también es leyenda.
Menotti, nacido en Rosario en 1938, jugaba al fútbol con el mismo estilo que
después se vio reflejada su condición de entrenador. Era un mediocampista,
algo cansino, que jugaba y hacía jugar,
no tan abocado a la marca. Su carrera
adentro de la cancha duró poco: sólo una década, donde vistió los colores
de Rosario Central, Boca y Santos de Brasil, entre otros. No fue un mal futbolista, para nada, pero pasaría a la posteridad como
director técnico (y mucho antes del título mundial de 1978). Luego de una
primera experiencia sin tanto brillo en Newell’s (el acérrimo rival de “su”
Central), el “Flaco” fue a Huracán,
donde gestó uno de los mejores equipos jamás vistos por estas tierras. El “Globo” campeón del Metropolitano '73,
con figuras como Houseman, Babington, Brindisi, Larrosa y Avallay, sigue siendo considerado el equipo que
jugaba “como le gusta a la gente”. A
ras del piso, siempre mirando el arco contrario. Y con destellos de calidad
individual, obviamente.
Ese Huracán fue la clara muestra de lo que
vendría después.
Porque, en definitiva, con ese producto inmaculado y repleto de fútbol, Menotti
les demostró a los que comandaban la AFA que se podía jugar bien, al estilo del potrero argentino, y al mismo tiempo ser organizados, profesionales, característica que no tuvieron los planteles nacionales en
los Mundiales de 1958, 1962 y 1974. Cabe aclarar que, en el '66, con el “Toto”
Lorenzo, un opuesto al “Flaco” -Lorenzo era tacticista-,
la participación de la Albiceleste en Inglaterra fue digna (llegó a cuartos de final) y en 1970 el equipo ni siquiera se clasificó a la Copa del Mundo de
México. Menotti le imprimió al
seleccionado, en el proceso previo al Mundial del '78, su idea y, además, su
visión del profesionalismo. Salvo Kempes, que se fue al Valencia de España,
todos los futbolistas tenían que jugar en el país y debían formar parte de las
concentraciones y de las giras por el Interior, enfrentando a los selectivos
locales. Con el “Flaco”, la Selección
pasó a ser prioridad absoluta, como nunca antes; no un rejunte de buenos jugadores que iban a los Mundiales a ver qué pasa,
sin ningún tipo de ensayo.
Así, con su convicción, el talento nato del jugador argentino y la cuota de seriedad,
profesionalismo y compromiso con la camiseta nacional, es que Argentina logró
su primera estrella a nivel mundial. Fillol, Passarella, Tarantini,
Ardiles, Bertoni, Luque, Kempes. Figuras, como
siempre las tuvo nuestro país, pero organizadas. Fue la combinación
perfecta, que también se vio reflejada en el Mundial juvenil, en 1979, ya con
Maradona (que fue desafectado en el '78 por su corta edad) en el centro de
escena.
A propósito de Diego, poco tiempo después, y
luego de la decepción en España '82, el “Flaco” se reencontró con “Pelusa” en
el Barcelona. Allí
ganarían tres títulos, hasta que Menotti se marchó del elenco catalán en 1984,
año en el que el “Diez” recaló en el Napoli.
Después, la trayectoria del entrenador
se inundó de grandes instituciones: dirigió Boca, River, Independiente,
volvió a Central, Peñarol de Montevideo, Atlético de Madrid, Sampdoria y un
breve paso por el fútbol mexicano en 2007 le puso punto final a su
curriculum como DT.
Pero la historia del “Flaco” con el fútbol no
quedaría ahí. En
2019 asumió como Director de Selecciones Nacionales de la AFA y fue el principal responsable, el que más
insistió, para que Scaloni se quede como entrenador definitivo del equipo
(hasta la llegada de Menotti al cargo, el técnico -que le daría a Messi los títulos que le faltaban en la Mayor- sólo era interino y había intenciones de
reemplazarlo). Le veía condiciones, le gustaba su equipo de trabajo, repleto de
grandes futbolistas con pasado de Selección. Y no se equivocó. Menotti,
apoyando la continuidad de Scaloni y su cuerpo técnico, terminó influyendo notablemente en los grandes logros que vinieron
después: Copa América, Finalissima
y Mundial.
Volviendo al principio… ¿Existe una sola forma de jugar bien al fútbol? Posiblemente no. Hay miles de casos de entrenadores con ideas antagónicas que han triunfado, con estilos dispares, pero efectivos, que llevaron a sus equipos a desplegar un fútbol de alto vuelo. Guardiola-Mourinho, por ejemplo. Polares y genios al mismo tiempo. Sacchi-Capello. Basile-Griguol por estos lados. Hay miles de casos. ¿Y existe un estilo de juego que enamora a la gente? Ya ahí la discusión es más compleja. De lo que sí podemos estar seguros es que César Luis Menotti fue un fiel defensor de ese concepto, de esa forma de ver el fútbol, TAN SUYA. La de jugar lindo, de gustar, de cautivar al aficionado. De brindar espectáculo más allá del resultado. Eso es tan fantástico como una táctica maravillosamente empleada por Bilardo, Zubeldía o Lorenzo. ¡Qué técnicos hemos tenido y tenemos en esta tierra! Lástima que el domingo nos dejó el notable “Flaco”, aunque seguramente andará por las nubes y las galaxias armando nuevos equipos. Nuevos Huracanes, nuevas Selecciones Argentinas. En definitiva, lo que hizo siempre. La única diferencia es que ahora Menotti arma equipos que juegan “el fútbol que les gusta a los ángeles”.