Por Nicolás Fernández (@nicofernandezrelator)
El fútbol es hermoso, pero muchas veces ingrato. Argentina fue campeón del Mundo en Qatar,
en un torneo y una final realmente espectaculares, que ya quedaron en la
historia grande de este deporte. Pero Lautaro no estuvo pleno en esa Copa.
Lo dijo él mismo. Llegó con lo justo desde lo físico, le anularon dos goles
milimétricos en el fatídico debut con Arabia Saudita, perdió la titularidad en
plena competencia con Julián Álvarez y no tuvo su efectividad característica
(frente a Polonia y Australia quedó demostrado). Quizás su único gran momento fue el remate definitorio
en la tanda de penales frente a Países Bajos en cuartos de final. El
“Toro”, que junto a Messi es el máximo goleador del ciclo Scaloni, merecía al
menos un instante de protagonismo. Obviamente que la alegría grupal, la
satisfacción por el objetivo cumplido y el país revolucionado de pasión por
esta Selección pasó a ser lo más preponderante, pero entiendo que un animal
competitivo como Lautaro debe haber quedado con la sangre en el ojo.
Le costó volver a
convertir en la Selección, ya que pasó todo 2023 sin marcar y lo hizo recién en
los amistosos previos a la Copa América: un tanto contra Costa Rica en marzo
y otros dos ante Guatemala, a pocos días del inicio de la competencia en
Estados Unidos. En ese partido ocurrió un hecho -al menos para mí-
determinante, que ya lo he expresado en estas columnas: contra los
guatemaltecos, el capitán argentino, habitual encargado de los penales, le cedió
la pena máxima a Martínez, entendiendo que en ese momento el hecho de
convertir era más importante para el bahiense que para él. Un gesto de
generosidad y liderazgo de Messi que potenció notablemente a Lautaro.
De ahí en más la historia es conocida. Si bien el “Toro” inició la Copa como
suplente de Julián, pocos minutos le bastaron para ser el máximo goleador del
torneo. En la primera fase estuvo infalible: hizo el 2-0 ante Canadá en
el debut, el 1-0 definitorio ante Chile y un doblete con Perú, donde fue titular por primera vez porque
Argentina jugó con mayoría de suplentes. Volvió a jugar desde el inicio en el
complicado encuentro frente a Ecuador de cuartos de final, regresó al banco en
las semis ante los canadienses y en
la final con Colombia el bahiense cerró
el círculo, saboreó la más hermosa revancha y de la manera más épica posible,
haciendo el gol del título en el segundo tiempo del alargue.
Como bahiense, es imposible no alegrarse con este guiño
del destino. Porque en el fútbol se
pierde más de lo que se gana, y más en este país donde pareciera que las
derrotas y las frustraciones siempre son más pesadas que los triunfos y las
alegrías. Pero es ahí, en el momento en el que todo parece perdido y los
detractores sentencian, que los planetas se alinean y la pelota, la bendita
pelota, nos demuestra que el fútbol es el deporte más lindo de todos.
Porque en esta Copa América el país gritó/lloró/vibró con los goles del
“Torazo” bahiense. Por eso, en medio de una nueva jornada de emoción y festejos,
sentí que no podía existir mayor acto de justicia que Lautaro y su redención.
Salud, bicampeón.